Agradecer
Para los lasallistas que nos
corresponde llegar al 2013 no nos sale sino agradecimiento, primero a
Dios por tantas gracias derramadas en el país por la pléyade de
educadores y educadoras que siguiendo el estilo de La Salle se han
entregado de lleno a su profesión de levantar nuevas generaciones, de
estimular conciencia y realizaciones, de retar al inconformismo y la
participación crítica, de acompañar pequeñas y grandes historias en el
país. Las primeros seis hermanos que arribaron a Barquisimeto en 1913 si
pudieran mirar hacia atrás para contemplar todo lo realizado y
proyectado se llenarían de gran satisfacción y orgullo, no araron en
vano, su esfuerzo y entrega valieron la pena.
Agradecimiento a Venezuela, a la
iglesia local venezolana que confió en el ministerio de estos religiosos
educadores, o educadores religiosos, como parte del ministerio
eclesial, a las familias que buscaron los centros lasallistas con
esperanza y apoyo.
Agradecimiento a los hermanos, a
los docentes y a las docentes que a lo largo de estos cien años han
compartido la responsabilidad de la educación y han disfrutado los
avances y saltos de sus alumnos y alumnas. No podemos olvidar a las
hermanas religiosas que compartieron en los centros lasallistas de
Barquisimeto, de Caracas en Tienda Honda y en La Colina quienes se
desvivieron asociadas a La Salle. A ellas también un gesto de gratitud.
Igualmente a los sacerdotes que sirvieron en estos centros como
capellanes, como confesores y guías de almas.
El servicio lasallista nace del
espíritu de fe, de saber que en cada ser humano, en cada niño, niña,
adolescente o joven, hay un hijo o hija de Dios, un proyecto de algo
grande para sí y para el mundo. El convencimiento de que cada uno es un
regalo, del cual sólo contemplamos de primeras el envoltorio, se
convierte en un reto para el acompañamiento, para la relación sincera y
profunda que permita emergerlo. El trabajo profesional convertido en
misión eclesial, en ministerio de salvación convierte al lasallista en
profesional de la esperanza, haciendo una segura apuesta a que su
trabajo está acompañado de la gracia del Padre que quiere para todos la
salvación y la llegada al conocimiento de la verdad. Sintiéndose
colaborador de la obra de Dios el afán porque ninguno se pierda se
manifiesta en un celo ardiente por llevar a cabo lo que ese mismo Dios
le solicita.
El estudiante actual como el que
egresó de las aulas lasallistas sabe que se forma bien, a conciencia,
para servir mejor, para ser constructor de una familia, de una
civilización donde reinen el amor, la libertad, la justicia y la paz. No
se estudia en La Salle sino para ser y convertirse en protagonistas de
la propia vida, de la comunidad en la que toca actuar y vivir y en la
sociedad que a diario hay que construir. Para ello va apertrechado de
buenas herramientas, entrenamientos y musculatura intelectual y moral.
Un agradecimiento a tantas familias
que se han atrevido a colocar a sus hijos e hijas en manos de los
lasallistas de Venezuela. Junto con ellas se ha caminado y se ha hecho
camino al andar, al colaborar cada parte en su competencia, sumando,
multiplicando a veces, siempre estando pendientes de los avances,
estancamientos y retrocesos para acompañar a tiempo.
Agradecer y soñar
Venezuela, los jóvenes, los niños y
adolescentes, las familias, son diferentes a lo que había hace cien
años. Quienes buscan la educación lasallista vienen de todas las clases
sociales, los más pobres deben ser los preferidos si estamos guiados por
el carisma de La Salle.
Nos corresponde encontrar nuevas y
adecuadas respuestas. No es que esté prohibido soñar, sino que no vamos
para ninguna parte si no soñamos un país diferente, unas relaciones
educativas hondas y personales, unos docentes y un personal en los
centros que se ocupan en conocer los nombres, también los proyectos y
los sueños de sus alumnos. No cabe gente conformista, ni gente
repetidora de cosas y estrategias que fueron quizá útiles en otros
tiempos pero que hoy no dicen absolutamente nada. La añoranza de
“glorias” pasadas sólo nutren nostalgias, no es lo que necesita el país,
todo lo contrario, lo necesario es atreverse a nuevas respuestas e
iniciar desde la conducción de la escuela. Gran reto para el futuro.
Hoy toca a cada educador o
educadora lasallista, por ser educador cristiano, Ser sacramento de la
bondad de Dios en medio de la escuela. Eso quiere decir que el educador
trabaja más con el corazón que con la ciencia, más con la relación
fraterna que con la clase magistral. Estamos llamados a ser más testigos
que maestros. Por ahí va la invitación que nos hace celebrar cien años.
Agradecer e invitar
Al picar la torta nuestro deseo sea
la fidelidad en el seguimiento de Jesús, el Maestro imagen del Dios
Padre, al estilo de La Salle. Fidelidad sí, y atrevimiento también a
surcan nuevos servicios, a profundizar los que llevamos adelante,
audacia en el descubrimiento de nuevas maneras de relacionarnos en la
escuela en donde los derechos, y aspiraciones profundas, de las nuevas
generaciones tengan prioridad sobre otras consideraciones.
Atrevimiento para invitar a los
más preparados para que se animen a ser educadores, a que sigan la
huella de La Salle en Venezuela, a que elijan el sacerdocio o la vida
religiosa como formas de vida al servicio de los demás, a que asuman
compromisos políticos o empresariales con la dignidad de quienes
realizan un servicio importante a sus comunidades.
Que no se recuerde esta celebración
por la pólvora que quememos, ni por las flores que coloquemos en los
actos, sino por los frutos de hombres y mujeres que se destaquen por ser
eficaces y preparados servidores de su gente y de sus comunidades, por
los miles de árboles que hemos sembrado, por la felicidad que a nuestro
paso hayamos cosechado.
Por todo ello, lasallistas de Venezuela, Feliz cumpleaños centenario. Que sea por muchos años más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario