martes, 14 de mayo de 2013

Agradecimientos de los Lasallistas

Agradecer
Para los lasallistas que nos corresponde llegar al 2013 no nos sale sino agradecimiento, primero a Dios por tantas gracias derramadas en el país por la pléyade de educadores y educadoras que siguiendo el estilo de La Salle se han entregado de lleno a su profesión de levantar nuevas generaciones, de estimular conciencia y realizaciones, de retar al inconformismo y la participación crítica, de acompañar pequeñas y grandes historias en el país. Las primeros seis hermanos que arribaron a Barquisimeto en 1913 si pudieran mirar hacia atrás para contemplar todo lo realizado y proyectado se llenarían de gran satisfacción y orgullo, no araron en vano, su esfuerzo y entrega valieron la pena.
Agradecimiento a Venezuela, a la iglesia local venezolana que confió en el ministerio de estos religiosos educadores, o educadores religiosos, como parte del ministerio eclesial, a las familias que buscaron los centros lasallistas con esperanza y apoyo.
Agradecimiento a los hermanos, a los docentes y a las docentes que a lo largo de estos cien años han compartido la responsabilidad de la educación y han disfrutado los avances y saltos de sus alumnos y alumnas. No podemos olvidar a las hermanas religiosas que compartieron en los centros lasallistas de Barquisimeto, de Caracas en Tienda Honda y en La Colina quienes se desvivieron asociadas a La Salle. A ellas también un gesto de gratitud. Igualmente a los sacerdotes que sirvieron en estos centros como capellanes, como confesores y guías de almas.
El servicio lasallista nace del espíritu de fe, de saber que en cada ser humano, en cada niño, niña, adolescente o joven, hay un hijo o hija de Dios, un proyecto de algo grande para sí y para el mundo. El convencimiento de que cada uno es un regalo, del cual sólo contemplamos de primeras el envoltorio, se convierte en un reto para el acompañamiento, para la relación sincera y profunda que permita emergerlo. El trabajo profesional convertido en misión eclesial, en ministerio de salvación convierte al lasallista en profesional de la esperanza, haciendo una segura apuesta a que su trabajo está acompañado de la gracia del Padre que quiere para todos la salvación y la llegada al conocimiento de la verdad. Sintiéndose colaborador de la obra de Dios el afán porque ninguno se pierda se manifiesta en un celo ardiente por llevar a cabo lo que ese mismo Dios le solicita.
El estudiante actual como el que egresó de las aulas lasallistas sabe que se forma bien, a conciencia, para servir mejor, para ser constructor de una familia, de una civilización donde reinen el amor, la libertad, la justicia y la paz. No se estudia en La Salle sino para ser y convertirse en protagonistas de la propia vida, de la comunidad en la que toca actuar y vivir y en la sociedad que a diario hay que construir. Para ello va apertrechado de buenas herramientas, entrenamientos y musculatura intelectual y moral.
Un agradecimiento a tantas familias que se han atrevido a colocar a sus hijos e hijas en manos de los lasallistas de Venezuela. Junto con ellas se ha caminado y se ha hecho camino al andar, al colaborar cada parte en su competencia, sumando, multiplicando a veces, siempre estando pendientes de los avances, estancamientos y retrocesos para acompañar a tiempo.
Agradecer y soñar
Venezuela, los jóvenes, los niños y adolescentes, las familias, son diferentes a lo que había hace cien años. Quienes buscan la educación lasallista vienen de todas las clases sociales, los más pobres deben ser los preferidos si estamos guiados por el carisma de La Salle.
Nos corresponde encontrar nuevas y adecuadas respuestas. No es que esté prohibido soñar, sino que no vamos para ninguna parte si no soñamos un país diferente, unas relaciones educativas hondas y personales, unos docentes y un personal en los centros que se ocupan en conocer los nombres, también los proyectos y los sueños de sus alumnos. No  cabe gente conformista, ni gente repetidora de cosas y estrategias que fueron quizá útiles en otros tiempos pero que hoy no dicen absolutamente nada. La añoranza de “glorias” pasadas sólo nutren nostalgias, no es lo que necesita el país, todo lo contrario, lo necesario es atreverse a nuevas respuestas e iniciar desde la conducción de la escuela. Gran reto para el futuro.
Hoy toca a cada educador o educadora lasallista, por ser educador cristiano, Ser sacramento de la bondad de Dios en medio de la escuela. Eso quiere decir que el educador trabaja más con el corazón que con la ciencia, más con la relación fraterna que con la clase magistral. Estamos llamados a ser más testigos que maestros. Por ahí va la invitación que nos hace celebrar cien años.

Agradecer e invitar
Al picar la torta nuestro deseo sea la fidelidad en el seguimiento de Jesús, el Maestro imagen del Dios Padre, al estilo de La Salle. Fidelidad sí, y atrevimiento también a surcan nuevos servicios, a profundizar los que llevamos adelante, audacia en el descubrimiento de nuevas maneras de relacionarnos en la escuela en donde los derechos, y aspiraciones profundas, de las nuevas generaciones tengan prioridad sobre otras consideraciones.
 Atrevimiento para invitar a los más preparados para que se animen a ser educadores, a que sigan la huella de La Salle en Venezuela, a que elijan el sacerdocio o la vida religiosa como formas de vida al servicio de los demás, a que asuman compromisos políticos o empresariales con la dignidad de quienes realizan un servicio importante a sus comunidades.
Que no se recuerde esta celebración por la pólvora que quememos, ni por las flores que coloquemos en los actos, sino por los frutos de hombres y mujeres que se destaquen por ser eficaces y preparados servidores de su gente y de sus comunidades, por los miles de árboles que hemos sembrado, por la felicidad que a nuestro paso hayamos cosechado.
Por todo ello, lasallistas de Venezuela, Feliz cumpleaños centenario. Que sea por muchos años más.

 

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